LA ISLA DEL SOL
- María Camila Medina
- 3 ago 2018
- 3 Min. de lectura
Las ‘maravillas’ materiales de los lugares desconocidos, muchas veces suelen ser el atractivo y el foco de las ganas para emprender un viaje… Sin embargo, la MAGIA de lo REAL en la Isla del Sol, en medio del lago Titicaca, en donde las pretensiones se olvidan y la vida misma toma protagonismo, me dio la oportunidad de sentirme viva bajo las estrellas.

Existe un lugarcito en pleno lago Titicaca de la parte de Bolivia, llamado “La Isla del Sol”. Para llegar allí, mis amigas mochileras y yo tomamos un bote, y entre las aguas del río, viajamos hasta la mencionada isla mágica.
Descendimos y pronto en el puerto, lugareños llegaron a recibiremos. Sus coloridos atuendos, sus caras quemadas y requemadas por el sol, y el icónico “hola señorita”, fueron los primeros encantos del lugar.
Pero increíblemente, eran montones los visitantes que tenía la isla, la misma, que no contaba con hoteles ni hostales, ni esas “comodidades” que vemos normalmente cuando viajamos.
Muchos de los viajeros tendieron carpas en la helada arena de la playa, al frente del lago que al fondo, recreaba montañas blancas, sin embargo, mis amigas y yo decidimos caminar entre casitas, malabares de mochileros y algunos minimercaditos hasta encontrar en una montañita, el hogar de Margarita.

Una casa de dos pisos en construcción, con cuartos terminados y escombros por doquier era el lugar en el que Margarita y su familia vivían, pero al conocer que su tierra era un anhelo de visitantes, decidieron reformar su hogar para alojar viajeros.
Dormimos en un cuarto cinco personas, el baño era fuera de las habitaciones en el primer piso y era compartido entre casi 20 personas que estábamos ese día, el mismo, que nos trajo una noche de casi solo 2 grados C°.
El baño tenía sanitario y lavamanos, pero sobre todo eso estaba la ducha. Cosa que me pareció algo extraño pero más adelante, descubrí la razón de su diseño especial para visitantes; porque ellos no lo usaban.
Entrada la noche, Margarita nos prestó su cocina para preparar unas pastas que se demoraron horas, porque el frío era tal, que el agua no ebullía. Pero lo más impactante de la aventura entre trastes y sillas desbaratadas, fue la gran montaña de carne con cal cubierta por una sábana blanca que descansaba bajo el techo de paja.

Conseguir comida no era fácil y mientras el agua calentaba, emprendí viaje con una compañera por los diminutos corredores del lugar. Conseguimos chocolatinas y gaseosas, pero frutas, verduras o pan no hacían parte del menú.
Mientras disfrutábamos el 'mecatico', los pequeñuelos corrían y nos enseñaban tímidos sus creaciones manuales, collares, manillas y billeteras. Pero el show no terminó allí, pues los mochileros comenzaron un increíble espectáculo de ensayos con fuego, malabares y piruetas bajo el cielo lleno de puntos blancos que se reflejaba en las aguas del Titicaca.
Tristemente éramos más visitantes que hogareños, quienes se sentían extraños en su tierra… El agua hirvió, comimos y decidimos entrar al cuarto, porque el frío era insoportable.

A la mañana siguiente, fuimos testigos de la manera en cómo se bañan en la Isla del Sol. Nos encontramos con la vecina de Margarita, quien estaba aseando a su hijo. El pequeño, sentado en una piedra vestido solo por su ropa interior, se quejaba de lo que su madre le hacía…
El baño de los isleños es bien diferente… Toman una ponchera de agua, se desnudan, y con una piedra plana se estregan las extremidades mientras se empapan de agua pues según la mujer, el jabón, es para el suelo o la ropa.
Los utensilios, cosas de aseo, mercado y hasta cobijas, son objetos preciados en la isla, pues son traídos desde Copacabana por lo que, casi nunca se consigue lo necesario en el espacio rodeado de verde y azul que pinta el frío y las sonrisas nostálgicas de sus habitantes.

Viví por un día en ese lugar, me sentí ajena claramente, pero también de allí. Me uní a las personas por el simple hecho de que abren las puertas de su casa para que los visitantes disfruten de una estadía profunda y total, cargada de realidad y cultura.
Un espacio mágico habita bajo las potentes estrellas y las abundantes aguas del Titicaca, en donde la gente real no pretende, solo vive y comparte sin ánimo de figurar, resaltar u obtener… Solo vivir.
Texto originalmente escrito para http://blog.velez.com.co/la-isla-del-sol/
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