AMAZONAS, 'LET THE NEW CHALLENGE BEGINS'
- María Camila Medina
- 15 nov 2019
- 6 Min. de lectura
Fue el 26 de abril de 2018 cuando, por un arranque, terminé en una reserva natural con una amiga, Yuliana Torres, en pleno Río Amazonas.

Cargadas de curiosidad e interés, pensábamos estar preparadas para la ‘aventura amazónica’, con botas impermeables, Tiamina consumida con 15 días de anticipación para que no nos picaran los zancudos, chaquetas para evitar el contacto, botiquín y hasta chanclas para bañarnos; sin embargo, lejos estábamos de habernos preparado mentalmente para esto.

Sabíamos que nos revolcaría la experiencia, porque al salirnos de la comodidad de la vida, del aseo de nuestra casa y otras cositas que dábamos por hecho como los servicios públicos, la realidad de la selva era otra.
Adiós a la comodidad del transporte en carro o taxi y bienvenido el famoso “tuc-tuc” y los 'moto taxi', además de los “buslancha” que bautizamos mientras recorríamos el río.

Chaleco salvavidas, sillas medio mojadas y húmedas, están lejos de la realidad que se vive en Medellín. No les cuento esto porque considero que haya sido sufrimiento, de lo contrario, fue toda una aventura, que comenzó desde el primer instante.
Llegamos a la reserva natural en el kilómetro 53 del Río Amazonas y nos recibió una culebra… Una “Cazadora”, y la vimos según “Segundo” (El segundo al mando del lugar), porque llevamos “la buena energía”.

Ya los zancudos comenzaron a vernos como su nuevo banquete, mientras nosotras caminábamos el lugar que sería nuestra casa durante 6 días.
Nada de señal en el celular, pero la selva sí estaba encendida, aún de día.

Al llegar a la “maloca” (una cabaña hecha de madera y hojas de palma), nos encontramos con las camas envueltas en angeos para evitar que los insectos se acercaran, un bombillo de luz, agua llovida que salía de la ducha, nada de espejos, nada de tomas de luz para cargar cualquier elemento, y sí varios acompañantes de cuarto como cucarachas, zancudos, arañas, ranas, sapos y uno que otro murciélago en la noche.
Caminamos por la selva con todo y botas pantaneras, tomamos agua “del bejuco”, vimos ranas de colores y mariposas, trepamos por los bejucos de la Ceiba (el árbol más grande de la selva) y hasta me resbalé andando. Toda una experiencia increíble al ver cómo la naturaleza tiene en cada una de sus creaciones las soluciones a muchas necesidades humanas.

Sin más, tras la caminata por la selva nos topamos con la comunidad “El Vergel”, donde hay una escuela, una cancha para jugar cualquier deporte, tiendas de “barrio” y los mejores atardeceres que he visto alguna vez.

Con pantano hasta en la cabeza, caminamos de vuelta en la noche, experiencia cargada de adrenalina y hasta temor.
Al llegar, Margarita, la mascota de la reserva en donde nos hospedamos nos sorprendió con su amabilidad… Una tarántula negra y muy peluda se paseaba entre cabezas y brazos humanos, mientras estos afirmaban que “no hace nada”.
Aprovechando que cargaban un poquito los celulares para tomar fotos, conversamos un rato, comimos y subimos a nuestra maloca… Llena de insectos, los mismos que espantamos con “Tokai”, un tipo de incienso que se consigue en el Amazonas.
Ahora, la bañada… La ducha estaba aún peor de insectos y ranitas y pues nosotras, cuidándonos de que cualquier animalito quisiera pasarse de cariñoso… El agua algo turbia por ser recogida de la lluvia, fue el alivio para esa noche, porque luego de meternos dentro del angeo, el sonido selvático subió tanto, que no podía ni conciliar el sueño.
Así pasaron nuestros días, entre animales, repelente, pirarucú (pez que da en el Amazonas), botas impermeables, humedad, barquitas con motor y otras vainas más.

Visitamos micos, escalamos una Ceiba, visitamos Puerto Nariño, vimos delfines rosados y grises en el lago Tarapoto, nos mojamos mientras nos desplazábamos de un lado a otro, comíamos puras chucherías entre los largos trayectos en pleno río, visitamos una comunidad indígena conocida como Macedonia y hasta Yuli, terminó brindando con champaña con un señor, Don Luis, de 70 años que se fue solo a la reserva, a celebrar sus 7 décadas.
Y tras los días, la comodidad comienza a hacer falta y empieza uno a extrañar lo que siempre ha tenido. Agua limpia y caliente, buen olor, comida al menú, energía 24 / 7, espejos, nada de zancudos ni picaduras, nada de angeos ni ruidos…
Por este brindis, Yuli se enfermó durante la siguiente mañana, pero fue en ese momento en donde la carcajada se tomó nuestros cuerpos.

Extrañando lo anterior, comenzamos un juego… Nos dimos cuenta que la vida en ese lugar nos iría poniendo nuevos “retos” y sería nuestra responsabilidad no solo superarlos, si no, sacar provecho y disfrutarlos.
“Let the new challenge begins” ("que comience el nuevo reto"), y con esa frase, la actitud cambiaba a diversión y comenzábamos a vivir la experiencia al 100%.
Miquitos llenos de banano y orines se pasearon por nuestra ropa, compartimos nuestros patacones del almuerzo con Maruja, la lora de la reserva, nos hicimos mascarilla de barro azul, y yo personalmente, me atreví a salir de mi angeo a eso de las 4:00 a. m. a orinar… Caía una tormenta eléctrica esa madrugada en la selva, pero qué va… Mientras orinaba, una bullosa abeja llegó a visitarme y sin más me picó la pierna… En vez de renegar, en ese momento nos dio tanta risa, que lanzamos la frase “Orinar con picadura de abeja, the new challenge”…
Dándoles este contexto entonces, a la semana de llegar, tomé un libro de Carlos Castañeda y retomé el lugar de mi lectura…
Allí, dice algo como “muchos hombres dividen su vida entre buenas y malas cosas, o positivas y negativas, pero hay quienes viven como ‘guerreros’ y se ocupan de la vida como si todo se tratara de desafíos”.
Así fue como comenzamos nuestra aventura y terminamos inconscientemente… No se trata de creernos víctimas de la vida, o de pensar cosas como “soy de malas, no tengo suerte” o “¿qué hice yo para merecer eso?”, ¡no carajo! Hay que entender que todo son oportunidades, momentos y aprendizajes que no volverán jamás, además que, entre más nos hagamos las víctimas, más nos encontraremos con retos… No podemos ser desagradecidos y victimizarnos, es la manera más descarada y mediocre de vivir la vida.
Por eso, no se trata de vivir momentos increíbles, se trata de hacer que los momentos sean increíbles, en donde la única preocupación deba ser darnos cuenta de que estamos siendo felices porque sí, tal vez, mañana no despertemos.
Los problemas, alegatos, inconformidades o tristezas los tenemos todos los seres humanos, y aunque diferentes, para cada uno son igual de importantes, sin embargo, esto no puede tomar el control de nosotros y manejar nuestras vidas a su antojo… ¿Si tiene solución, de qué preocuparse? Y si no la tiene, ¿de qué preocuparse también?
Vivir cada momento como si fuera el último… Dar un “Buenos días” a una persona que posiblemente no volverás a ver y regalarle una sonrisa que pertenecerá solo y únicamente a ese alguien y a ese instante.
Esto es lo que me dejó Amazonas, una aventura brutal pero también un aprendizaje de vida, de ser feliz y disfrutar todo con lo que hay y en donde se está, porque todo se va y no regresa…

La gratitud, la nobleza, el amor y EL PRESENTE, son cosas bonitas que llenan el corazón. Vivir al extremo no es vivir con la adrenalina hasta al cuello pero sí con la felicidad, la actitud y la gratitud por lo que se está viviendo, como se hace y con quién, porque eso se convertirá en los recuerdos que compondrán el camino de la vida.
Tomar todo lo que nos regalen las personas y los instantes, esos mismos que están llenos de enseñanzas pero solo si estamos dispuestos a recibirlo…
No es dinero, es espíritu… ‘El más feliz no es el que más tiene, sino el que menos necesita’, llenarse de experiencias y no de cosas, porque ‘nadie le quita a uno lo bailado’ y a la final, nos vamos a morir, pero nada nos llevaremos con nosotros.
Y esta, fue la reflexión que me dejaron las risas entre “incomodidades” con mi amiga en el Amazonas… Aunque creíamos estar charlando con lo de “let the new challenge begins”, sin pensarlo, ese se convirtió en nuestro mantra para sacarle todo el jugo a nuestra vida durante los 6 días que vivimos en la selva y nos alejamos de nuestra rutina de vida.
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